"(...) Reconciliarme con mi cuerpo una vez que me quedaba en la cama fué un desafío. La sensibilidad de mi piel... El roce de las sábanas bastaba para provocarme la memoria y desatarme un deseo persistente que no cedía a mis instintos de pensar en otra cosa. El calor me subía a las mejillas y en el oscuro espacio de mis ojos cerrados surgian otros entornos y circunstancias. Mis manos, entonces jugaban, sin titubeos, dueños de información precisa de las coordenadas de mi placer, me urgaban las fuentes, encontraban el agua abundante y cálida. Lenta muy lentamente, como quien carameliza una fruta, la untaban sobre el pequeño pistilo de mi sexo hostigándolo sacandolo de su encierro, convirtiéndolo en el tenso detonador dimimuto de tormentas de polen. Poseídos de mi urgencia y mis gemidos los amantes dedos se tornaban entonces en colibríes aleteando vertigisosamente sobre la flor de pétalos carnosos que desde mi centro se extendía hasta llenarme de aromas el cerebro. Al fin, la flor enorme, ululando y desháciendose en pulsaciones y contracciones , soltaba sus etéreas nubes amarillas, mientras el manojo de pétalos mojados que era yo, flotando sobre la delgada cama de hierro, retornaban despacio a su existencia."
Gioconda Belli
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